Wednesday, June 3, 2015

Un tipo para admirar...

El otro día, Mery llevó a uno de sus tíos a lo de un amigo, donde se juntaban a jugar al truco... ella sólo iba a dejarlo ahí.
Llegan al lugar, y Mery ve que es un terreno donde no hay una casa, sino que al fondo hay un quincho. Nada más que un quincho.

Le pregunta al tío "qué onda? qué es esto?", a lo que él responde con la historia de su amigo:
Resulta que el sujeto en cuestión siempre quiso hacerse un quincho en su casa, y su mujer no lo dejaba, porque decía que se iba a "juntar con los amigos, jugar a las cartas y empedarse".
El tipo, a escondidas, compró un terreno, construyó un quincho, y ahora se junta ahí todas las semanas con los amigos a hacer asado, tomar vino y jugar al truco.

Creo que lo amo, sin conocerlo lo amo.

Saturday, March 14, 2015

Somos casas

Empezaba a caer el sol, y tanto Martín como Esteban comenzaban a aburrirse uno del otro. En esencia, ninguno era una persona aburrida, pero la jornada ya comenzaba a deteriorarse, una muerte lenta, con una pizca de angustia. Tampoco era un escenario nuevo, estaban acostumbrados a esos encuentros, donde momentos de silencios eran acompañados por instantes de risa y períodos de intensa charla.
Justo cuando Esteban pensó en levantarse, e invitar a concluir la jornada, Martín comenzó una nueva charla:
- ¿No te pasó nunca, que conociste a alguien, y con el tiempo viste que había más de lo que al principio se reveló?
- Eee, pasa con todas las personas, creo… - Esteban no encontraba ningún atractivo en la pregunta, le resultaba obvia, pero continuó por respeto a su amigo. - Pero decime, ¿a qué te referís?

- Me refiero a como es uno a veces, como se muestra frente a ciertas personas y a ciertos grupos. - Martín era hablador, le gustaba compartir sus ideas, y lo hacia con cierto encanto. - Vos a mi, por ejemplo, me conocés bastante, pero no conocés como soy en el laburo. Quizás te imaginás que soy un tipo más serio, ubicado, y con un lenguaje un poco más "técnico" - hizo el conocido gesto de las comillas, para acompañar su idea.

Esteban tenía puesta una remera con un estampado de una banda que Martín no conocía. Estaba apoyado con su codo derecho en la mesa, inclinado sobre la ventana, y se notaba en su cara que tenía ganas de estar haciendo cualquier otra cosa.
Su compañero siguió hablando:
- Ponele que cada uno es una casa... todas las casas son distintas, ¿cierto?
- Cierto. - Respondió a secas, pero ya con un poco más de atención: volvió a mirarlo a los ojos.
- Las casas tienen distintos ambientes: algunos cerrados, otros abiertos... algunos más grandes que otros, algunos con más de una entrada o salida, entendés por dónde voy, ¿no? - No le dio tiempo a responder, y siguió - Ahora imaginá que cada ambiente es una 'versión' tuya. En un ambiente está el 'Esteban del laburo', en otro ambiente está el 'Esteban hijo de Mario y Celia', en el quincho al lado de la parrilla está el 'Estebanquito amigo del cole, haciendo unos ricos morrones con huevo, pimienta y sal, disfrutando una copa de algún malbec mendocino, de alguna bodega que no conoce nadie'.
- Jaja, si, te entiendo... qué rico unos morrones, me tentaste boludo.
- Bueno, yo creo que la gente es así. Yo soy así. Se que en mi "casa" - de nuevo el gesto de las comillas - hay un ambiente, chiquito, cerrado con llave desde adentro, donde estoy sentado al borde de una cama de una plaza y con la cabeza gacha, mirando al suelo. Ahí está el 'Martín tímido', probablemente más joven, aniñado, y con la llave abajo de la almohada. A ese Martín no le gusta que lo molesten... Supongo que en otro ambiente, quizás la cocina, hay un Martín más social, ameno, fácil para conversar... Pero supongo que también hay un lugar en la casa, en algún lugar donde la gente no suele ir, un armario sin ventanas, donde guardo al Martín enojado.
- Pero vos no sos de enojarte Tincho... no creo haberte visto enojado nunca en mi vida. - Esteban prestaba mucha atención, y sin desearlo, fruncía el seño, casi preocupado.
- Y tenés razón. A ese Martín lo tengo encerrado, y la llave la tengo yo, para que sólo salga cuando yo lo desee. Pero si pasás cerca de ese armario, vas a escuchar puteadas, golpes a la puerta, verdadero enojo y odio.
- Ahá... ahora que lo pienso, una vez conocí a una mina que, a priori, parecía ideal. Tenía un trabajo interesante, terminó la carrera en tiempo y forma, jugaba al hockey en un club, estaba buscando un departamento para mudarse con una amiga, no parecía tener ningún problema. Ahora que me decís esto de las casas, esta sería una de esas que de afuera se ven divinas, pero cuando entrás ves que está todo desordenado, la cocina tiene platos sin lavar de hace una semana, y uno se siente incómodo sin saber porqué. ¡Con ella fue así! Cuando la conocí un poco más, no sabés los mambos que tenía, daba un toque de miedo. Una vez la fui a buscar a la casa. La esperé afuera con el auto, y cuando salió dio un portazo que no entiendo como no tembló la cuadra entera. Se subió al auto, me miró fijo, y me dijo "sacame de acá".
- ¿Y qué hiciste?
-  Bueno, yo no se si me pedía que la mude a mi casa, o si quería que la lleve a un bar... la llevé a un bar, sabés que mi casa es un quilombo, y si meto a una mina nos sacan a patadas a los dos. En el bar no paró de hablar mal del viejo, que era una mierda, que la vieja se ponía del lado de él, que porqué no se moría, y que se yo qué más. Me dio miedo, jamás vi a alguien tan ensimismado en una idea.
- Imagino que no la viste más... - dijo Martín, mientras terminaba la cerveza de un sorbo.
- Y si, la dejé en la casa, esperé que sacara las llaves de su cartera, y ni esperé a verla entrar. Me fui cagando... yo no puedo estar con alguien con tantos mambos.
- Ahí tenés.... somos casas, con ambientes que queremos mostrar y otros que no. A veces hay cuartos con la puerta entreabierta, que podés asomarte y decidir si entrar o no, o cuartos con las paredes finitas, que sin saber qué hay adentro, podés adivinar por los ruidos que se escuchan. Hay gente que puede recorrer la casa de pe a pa, y no podemos hacer nada al respecto. Otros llegan hasta la puerta y listo.
- Puede ser... ¿vamos?

Pagó Esteban, dijo que se lo debía de no se qué otra birra que nunca le terminó de pagar. Martín no se negó, él sabía que en algunos días iba a poder devolver el favor. Se saludaron con un abrazo en la esquina del bar, cada uno apuntó a otro lado, pero los dos sabiendo que tenían una copia de la llave del otro, para entrar a regar las plantas cuando hiciera falta.


Pleuro Alterio